lunes, marzo 30, 2009

Reyertas 31: Gasolina al fuego: la pretendida reforma laboral, II

En la entrega anterior (Reyertas 30) indiqué algunos elementos sobre el contenido ideológico que el Nacionalismo Revolucionario le dio a la Ley Federal del Trabajo (LFT), el cual diluye el objetivo central del artículo 123 constitucional: la protección de la clase obrera frente al capital. No una protección llana, los postulados del programa del Partido Liberal Mexicano (el PLM de los Flores Magón) en que se basó el proyecto original del 123 perseguían la conformación de una consciencia de clase que permitiese a los trabajadores un mayor desarrollo político. Hasta el momento, señalé que la teoría jurídica articulada por la facción de clase triunfante del movimiento revolucionario, hizo tres acotaciones que le permiten controlar la orientación ideológica de la legislación laboral. En el número anterior solamente alcanzamos a desarrollar dos (el efecto de la existencia de los apartados A y B e incorporación de las Juntas de Conciliación (JC) como instancias decisivas sobre el derecho laboral). Quedó pendiente la tercera de las acotaciones prometidas, así que en esta entrega comenzaremos por ella para después entrar en las modificaciones que la ¿propuesta? Lozano pretende para estos puntos, que implicarían un cambio en la teoría jurídica en que se basa la LFT.

El tercer elemento derivado del pensamiento jurídico del Maestro De la Cueva es la aplicación de controles que limitan el derecho de los trabajadores a la organización gremial. Según la fracción XVI del apartado A del artículo 123, “Tanto los obreros como los empresarios tendrán derecho para coaligarse en defensa de sus respectivos intereses, formando sindicatos, asociaciones profesionales, etcétera”. Sin embargo, la legislación secundaria convierte el derecho referido en letra muerta. En los artículos 365, 366 y 369 de la LFT se le otorga a la Secretaría del Trabajo mediante las JC el derecho a negar o cancelar el registro sindical. Se supone que en el artículo 366 se establece que solamente el incumplir con la documentación o carecer del número afiliados serían causales para negar un registro, pero en la práctica la facultad que tienen las autoridades para decidir sobre la validez o invalidez de los requisitos presentados por los trabajadores ha resultado un elemento discrecional que obstaculiza la creación de sindicatos. Esa facultad se ha ejercido con rigor ante organizaciones que podrían ser una verdadera representación de los trabajadores. Recientemente se pudo constatar esto con los casos de la Unión Nacional de Técnicos y Profesionistas Petroleros (UNTYPP), al que me referí en este espacio en Reyertas 22; y más recientemente con el registro que la Junta Local de Conciliación y Arbitraje (JLCA) del Distrito Federal le negó al Sindicato de Trabajadoras y Trabajadores de Expendios, Servicios y Promotores de Ventas, Conexos y Similares pese a haber cumplido con todos los requisitos exigidos por la LFT. De este hecho dio cuenta el abogado Arturo Alcalde Justiniani en su artículo “Junta Laboral, una simulación” (La Jornada, 14/03/09).

En ambos casos los procesos de toma de nota estuvieron plagados de irregularidades por parte de las respectivas Juntas de Conciliación y Arbitraje (JCA) ante las cuales se presentó el trámite: no solamente se violaron los tiempos que la LFT estipula para que la autoridad diese una respuesta (lo cual significa que el registro debió ser automático) y la corrupción que supedita los criterios de los representantes obreros y del gobierno correspondiente con el de los representantes patronales, sino que gracias a ese poder discrecional que le otorga el artículo 365 de la LFT a las JCA anula en los hechos la disposición del 366 que literalmente dice: “Satisfechos los requisitos que se establecen para el registro de los sindicatos, ninguna de las autoridades correspondientes podrá negarlo.” Una vez más, todo bajo el loable principio jurídico que al “empresario empleador hay que protegerlo porque hace su inversión que procura el empleo”.

El documento presentado por el secretario del trabajo, Javier Lozano Alarcón, el 9 de febrero de 2009 durante el Foro “México ante la crisis: ¿Qué hacer para crecer?” realizado en el Senado de la República, no es precisamente una propuesta de Reforma a la LFT, pues carece de todos los elementos que implica un proyecto de reforma. No tiene siquiera una exposición de motivos. Sin embargo, el cuadro de modificaciones a la redacción del articulado que constituye casi la totalidad del documento, permite entrever cuál es el contenido ideológico que tanto el gobierno como los capitalistas desean para la LFT. Éste se encamina directamente a aumentar la protección hacia el empresario que invierte. En otras palabras: privilegiar el derecho del capital a la explotación de la fuerza de trabajo. Partamos, así de los mismos tres elementos jurídico-prácticos que se expusieron anteriormente.

En lo referente al registro sindical tenemos las siguientes joyas. Si bien se agrega un artículo, el 364 Bis, que establece los principios bajo los cuales debe regirse la toma de nota del registro sindical, que son: legalidad, transparencia, certeza, gratuidad, inmediatez, imparcialidad y respeto a la libertad, autonomía y democracia sindical. Dichas abstracciones no eliminan el papel de censor que tienen actualmente las JCA. Incluso agregan un elemento interesante que podría ocasionar más problemas de los que resuelve: la facultad del “registrador” para “ordenar” (archivar) por falta de interés la solicitud del registro si en un plazo de 30 días no se subsana la carencia de alguno de los documentos requeridos. En primera instancia parecería una ventaja para los trabajadores, eso si y sólo sí, los “registradores” proviniesen de un mundo extraterrenal alejado de las relaciones sociales, sobre todo de las relaciones con los patrones. Como eso no es factible, el riesgo que se desprende del agregado a la LFT es que los “registradores” se constituyan en otro obstáculo, al erigirse como una figura todopoderosa que determina cuán válidos son los requisitos presentados por los aspirantes a sindicalistas.

En cuanto a los Tribunales de la Santa Inquisición Laboral, perdón, a las JC: parecería un gran avance para los trabajadores la desaparición de las Juntas Federales y Locales de Conciliación con la derogación de los capítulos X y XI del Título Decimoprimero de la LFT, esto es, los artículos desde el 591 al 603. Sin embargo, si ya es una aberración jurídica el poder que tienen las JCA como tribunales especializados en materia laboral, la centralización que se causaría con las propuestas del señor Lozano no solamente omite establecer mecanismos de regulación del ejercicio de la autoridad que obliguen a los funcionarios públicos a resolver los conflictos laborales, sino que abren brechas para que los funcionarios escapasen más fácilmente de sus obligaciones. Se introduciría la posibilidad que las JCA aleguen que los asuntos no son de su estricta competencia. Para la actual legislación, todo asunto laboral que se presente en la rama industrial correspondiente a la JCA respectiva debe ser abordado. Por otro lado, se elimina la obligatoriedad para los presidentes a que, durante los juicios laborales, la demanda no quede inactiva sino hasta su resolución final. Además, en cada proceso la personalidad jurídica de los trabajadores se pondría en duda y los miembros de cada pleno decidirían sobre ésta. Es decir, el trabajador ya no solamente vendería su fuerza de trabajo sino que tendría que demostrar la venta efectiva de ésta, el peligro implícito que eso conlleva, amén del contubernio entre funcionarios y patrones, es que los empresarios implementen formas de trabajo todavía más irregulares que las actuales, en complicidad con los sindicatos charros o blancos, en las cuales no se entregasen al trabajador los medios para demostrar que le habría sido adquirida su fuerza de trabajo.

Aún más grave es que las propuestas de Lozano mantienen el problema de fondo de las JCA: la representación tripartita en instancias de impartición de justicia. ¿Dónde queda el mentado Estado de Derecho cuando se abre la posibilidad de negociar la ley en favor de los empleadores? Dura lex sed lex, convenga o no a los capitalistas. La mayor gravedad referida radica en que mientras se fortalece el poder de decisión de las JCA, se les quita responsabilidad a los juzgadores.

Las instancias de Procuraduría de Defensa del Trabajo e Inspección del Trabajo, por su parte, serían todavía más debilitadas con las propuestas del señor secretario. Respecto a la primera, no conforme con que la fracción III del artículo 530 de la LFT establece como una de las atribuciones de esta instancia la realización de propuestas de solución amistosas, los tecnócratas asesores gubernamentales pretenden agregar un artículo 530 Bis en que se otorga a la Procuraduría la facultad de citar a juntas conciliatorias (¿para qué tener entonces las JCA?) a las cuales deberían asistir las partes so pena de perder la demanda. El efecto legal de tal agregado sería la anulación formal (ya se hace en la práctica) de la función de la Procuraduría como instancia de defensa de los trabajadores, tal cual lo establecen las fracciones I y II del citado artículo 530.

Por ahora, dejaré el tema aquí debido a cuestiones de espacio. Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!

jueves, marzo 26, 2009

Problemas fundamentales del universo. Análisis filosófico del conocimiento, dios, el alma, el universo, la nada y la libertad, 16:

La Nada

Dialéctica de la fealdad, la falsedad y la maldad

(Tercera y última parte)

Por: Sagandhimeo

4. La Nada

La nada se entiende comúnmente como la ausencia de ser y el concepto de ser posee varios significados. Lo usamos para significar una distinción, por ejemplo, que la uva “es” una fruta y no un animal. También la usamos para significar existencia, por ejemplo, la relación entre pensamiento y “ser”, se refiere a lo que razonamos y a lo que existe, respectivamente. En otras palabras, cada cosa “es” por su singularidad y a su vez cada cosa “es” porque forma parte de la existencia en general. Por lo que la nada también posee dos significados: el que una cosa sea de manera determinada, implica que “no es” de ninguna otra forma y el que una cosa no exista, implica que “no es” de ninguna forma.

Ahora bien, si pensamos en la suma de todo cuanto existe, es decir, en el universo, la ausencia del mismo sería la nada absoluta. Para Parménides la nada no podía existir, pues conceptualmente hablando la nada no es, y el ser es, por lo que sólo existe el ser. El problema radica en que si solamente el ser existe, la suma de lo existente lo ocupa todo y ni siquiera puede haber movimiento, pues el movimiento implica el paso del ser al no ser o nada, es decir, todo objeto es él mismo en la medida en que posee cierta permanencia, pero al mismo tiempo no es él mismo en la medida en que cambia constantemente. Por ello los atomistas griegos idearon el concepto de vacío o nada, donde se posibilita que el ser o los átomos se mueva en el vacío.

Para Hegel, el ser puro y la nada pura no pueden existir, sino que son meras abstracciones, pues si el ser es homogéneo, inmutable y simple: es exactamente igual que la nada pura. Como mirar un paisaje mediante toda la luz o nada de luz, en ambos casos no se puede ver el paisaje, sino blanco o negro, respectivamente.

Por lo tanto, la suma de todo lo existente así como cada una de sus partes: se constituyen por una mezcla de ser y nada, donde el ser significa su singularidad y la nada su posibilidad de movimiento. De este modo recuperamos la defensa de Parménides de que la nada no es nada, pues si fuera algo ya no sería nada. Pero a su vez consideramos que la nada aunque no sea algo concreto sí se constituye como una condición de posibilidad, la cual permite el movimiento del ser, es decir, el devenir.

En matemáticas el ser se constituye por los números y la nada por el cero. Pues el cero no representa nada por sí mismo, pero es condición de posibilidad de la mayoría de los números, como los que siguen del diez y los decimales, basta con compararlo con los sistemas de numeración antiguos que no poseían el cero.

Esto ocurre también en la constitución del universo, donde el ser o suma de lo existente está completamente rodeada por la nada (o vacío) y esto es lo que permite su expansión, pues si el universo lo ocupara todo no podría moverse. Además, las partículas subatómicas se encuentras enormemente separadas unas de otras, lo que implica que el vacío dentro del universo también es condición de posibilidad del movimiento nuclear.

Ahora bien, existen dos tipos de nada, la cualitativa y la cuantitativa, las cuales ya habían sido esbozadas por Aristóteles. Hasta ahora he hablado solamente de la nada cuantitativa, la cual permite el movimiento del universo y de cada entidad física. Pero el universo no es meramente físico, sino que a lo largo de miles de millones de años han emergido nuevos niveles de organización (Bunge), los cuales son el químico, el biológico, el social y el técnico (para mayor profundidad véase mi obra EL SER). Tales niveles fueron posibles gracias a la nada cualitativa, es decir, para que la materia se pudiera organizar en totalidades cada vez más complejas (como los compuestos, los organismos, las sociedades y los artefactos), es necesaria la condición de posibilidad de la complejidad o nada cualitativa, pues de otro modo en universo seguiría siendo meramente físico. En otras palabras, los saltos cualitativos que originaron la vida, la mente y la cultura, fueron posibles gracias a que la materia no ha agotado todas sus posibilidades, sino que su capacidad de organización no posee límites determinados (nada cualitativa), al igual que la magnitud del universo es sumamente grande, pero se sigue expandiendo (nada cuantitativa).

De este modo, los seres vivos emergieron gracias a que la materia posee la condición de posibilidad (o nada cualitativa) para generar organismos capaces de almacenar información genética y reproducirse, y también se produjo una pluralidad de especies, gracias a la nada cuantitativa.

A su vez emergieron las sociedades humanas por la condición de posibilidad (o nada cualitativa) de generar una conciencia individual (Engels) y una organización económica, política y cultural. También se generó una multiplicidad de culturas (nada cuantitativa) sin olvidar que tales procesos requirieron de miles de años de formación.

En ese sentido, lo que cada uno de nosotros como individuos somos y podemos llegar a “ser”, se relaciona con nuestra “nada”. Es decir, de acuerdo con nuestra constitución biopsicosocial y partiendo de nuestras condiciones de posibilidad: cualitativas y cuantitativas; es como podemos plantearnos un objetivo de vida, siguiendo cada cual su propio proceso y evitando así plantearnos metas que sobrepasen nuestras capacidades.

Y por último, lo que la humanidad es y puede llegar a ser, también se relaciona con la nada. Esto es, de acuerdo a nuestras condiciones socio-tecnológicas (nada cualitativa), es posible que mejoremos nuestras relaciones económico-sociales, de modo que superemos las desigualdades y generemos la tecnología suficiente para que todos podamos vivir con dignidad y desarrollarnos culturalmente.

En ese sentido, el nihilismo no tiene cabida, pues la nada nunca se encuentra separada del ser, por lo que el sentido de la existencia puede conseguirse mediante una óptima combinación de ser y nada, donde la existencia y sus posibilidades formen una unidad.

CONCLUSIÓN

El método dialéctico nos permite abordar la realidad en su mayor complejidad, pues considera cada aspecto dinámicamente y contemplando la unidad que forma con su opuesto, lo cual nos permite superar las visiones unilaterales y elitistas que buscan imponer sus patrones de belleza, verdad, bien y ser.

Es decir que la verdad, la belleza, el bien y el ser absolutos, son materialmente imposibles, pues nuestros instrumentos son imperfectos, la belleza y el bien son sólo perspectivas y el hecho de que cada elemento forme una unidad con su opuesto: impide que pueda alcanzarse el absoluto, pues esto ocasionaría que dejaran de moverse en relación a su contrario y se petrificaran. Es decir, una dialéctica como la de Hegel que tiende a lo absoluto y por ello al estatismo, es una dialéctica a medias, pues como dijo Cervantes, “el camino es siempre mejor que la posada”, o como se suele decir popularmente: “el éxito no consiste en llegar a la cima, sino en nunca dejar de subir a ella”.

En otras palabras, una dialéctica consecuente es aquélla que interpreta a cada elemento en relación a su contrario en un movimiento infinito, tal como exponen Marx y Engels, donde la utopía no es una meta a realizar, pues esto nos llevaría al estatismo, sino un proyecto que nos conduce a una óptima apreciación (estética), conocimiento de la realidad (epistemología), acción social (ético-política) y visión del mundo(ontología).

 

Bibliografía

Aristóteles, Metafísica

Bunge, La relación entre la filosofía y la sociología

Bunge, Tratado de filosofía

Bunge, Materialismo y Ciencia.

Engels, Dialéctica de la naturaleza.

Gramsci, Antología.

Gribbin, Génesis. Los orígenes del hombre y del universo.

Hegel, Ciencia de la lógica

Lenin, Materialismo y empiriocriticismo.

Llano, Etiología de la idea de la nada.

Marx, Manuscritos económico-filosóficos.

Mor (Documento colectivo), Perspectivas ante el periodo 2006-2012.

Sánchez Vázquez, Filosofía de la praxis.

Schiller, Kalias

lunes, marzo 23, 2009

Reyertas 30: Gasolina al fuego: la pretendida reforma laboral, I

En la entrega anterior (Reyertas 29) se indicaron tres elementos (crisis generada por decisiones internas, depresión económica y contenido ideológico de la legislación laboral) que condicionan la situación de los trabajadores. Los capitalistas librecambistas intentan aprovechar tales circunstancias para impulsar la reforma neoliberal a la Ley Federal del Trabajo (LFT). Dado lo reducido del espacio disponible, solamente abordé los dos primeros puntos, quedando el tercero enunciado en términos generales. Para retomar el punto valga recordar que la inclusión del artículo 123 en la Constitución fue un triunfo de los trabajadores mexicanos durante la Revolución, pero en el trascurso de las décadas posteriores se han minando sus alcances originales. Recientemente, el investigador y articulista Arnaldo Córdova, recordaba que fue el jurista Mario De la Cueva quién sentó las bases teóricas que rigen el actual derecho del trabajo como rama del sistema jurídico. Desde la denominación De la Cueva eliminó varios de los pilares del artículo 123 original. El Doctor Córdova lo expresa en los siguientes términos: “De la Cueva hizo notar que no se trataba de un derecho ‘de clase’ (de la clase obrera) como muchos demagogos sostenían, pero que tampoco era una simple derivación del derecho privado (hasta entonces una buena mayoría de los regímenes laborales del mundo incluían en la legislación civil las relaciones laborales” (cursivas mías) (La Jornada, 1/III/2009). Más adelante Córdova expone que De la Cueva basó su idea en la colaboración entre clases, en los siguientes términos: “El capital sólo puede subsistir si se protege al trabajo… Al empresario empleador hay que protegerlo porque hace su inversión que procura el empleo, pero al trabajador hay que protegerlo como un bien de la nación…” De un lado, se acepta que las relaciones obrero-patronales son desiguales: el empresario tiene mayores recursos económicos y políticos que le dan ventaja frente a sus empleados. Por el otro, se habla de proteger al empresario. Pero ¿protegerlo de qué? La respuesta a tal pregunta se halla en la descalificación que Córdova, siguiendo a De la Cueva, hace del derecho de clase. La potencialidad revolucionaria de los trabajadores ha sido, desde la consolidación del capitalismo, uno de los temores más profundos de los capitalistas. Ven en aquélla una amenaza a su derecho de explotar libremente la fuerza de trabajo: básica para la obtención tanto del plusvalor como la ganancia.

Cierto que durante la primera parte del siglo XX los intelectuales orgánicos del movimiento obrero tuvieron entre sus principales referentes a demagogos como Vicente Lombardo Toledano, quién en vez de aportar para la construcción de la alternativa de clase, desgastaron al movimiento obrero atándolo a organismos corporativistas como la Confederación Mexicana de Trabajadores (CTM). Pero, siendo rigurosos la demagogia no es una característica exclusiva de los socialistas; el propio Nacionalismo Revolucionario hizo uso y abuso de la demagogia para el control social. En sentido estricto, la única forma para que las organizaciones sociales y sus intelectuales eviten caer en la tentación demagógica es manteniendo una coherencia estrecha entre el discurso y la práctica, siempre que, ambos sean consecuentes con un proyecto político de largo plazo. Eso es lo que en su momento no tuvieron los comunistas mexicanos, y por tanto, fueron incapaces para defender los intereses del proletariado mexicano; en específico fallaron al reivindicar el carácter de clase de la legislación laboral.

La posición del Maestro Mario De la Cueva no puede comprenderse bajo el maniqueísmo de lo bueno o lo malo. Es preciso enfocarla desde los intereses de clase. Para los capitalistas triunfantes del movimiento revolucionario iniciado en 1910, que permitió a la burguesía industrial sustituir a la terrateniente porfiriana del control del Estado, la elaboración de una legislación que constriñese los alcances revolucionarios del artículo 123 constitucional era una necesidad de clase. Según los capitalistas la única forma para desarrollar las fuerzas productivas que originan al mercado interno es garantizando ampliamente que las inversiones rindan la mejor tasa de ganancia posible. Ello obviamente pasa por el hecho que la fuerza de trabajo quede lo suficientemente contenida para que ni desarrolle una conciencia revolucionaria ni se desorganicen el tejido social para garantizar el consumo de las mercancías producidas.

Sin embargo, la aplicación de los preceptos teórico-jurídicos elaborados por De la Cueva dieron lugar a tres elementos que evidencian la demagogia del colaboracionismo entre clases. En primera, las modificaciones realizadas a la Constitución en 1960 y 1974 dejaron como resultado la creación de dos regímenes laborales distintos sancionados por el artículo 123: los famosos apartado A y B. Mientras el primero es la norma constitucional para el grueso de los trabajadores en el país, es decir, para los que laboran en el llamado sector privado; el segundo es la norma para los trabajadores del Estado y bancarios. En este sentido, el apartado B genera un régimen de excepción, permite que una de las partes sea al mismo tiempo juez. Al paso del tiempo esa situación ha vuelto completamente intrascendente la fracción X de dicho apartado, porque el gobierno se arroga la facultad de decidir si acepta o no que los burócratas se asocien o ejerzan su derecho a la huelga. Esto en aras de proteger el derecho de las inversiones de los capitalistas, ¿qué garantía habría de que éstas rindiesen la ganancia esperada cuando el propio gobierno está en huelga?

El segundo producto de aplicar la teoría del derecho laboral referida son las Juntas de Conciliación y Arbitraje. Su existencia fue legalizada en 1929 (dos años después de creadas) mediante una reforma al artículo 123 constitucional. Actualmente, su fundamentación legal se basa en la fracción XX del apartado A de dicho artículo. A la letra, la Constitución dice: “Las diferencias o los conflictos entre el capital y el trabajo, se sujetarán a la decisión de una Junta de Conciliación y Arbitraje, formada por igual número de representantes de los obreros y de los patronos, y uno del Gobierno;” La patriótica idea de las Juntas surgió de la necesidad por establecer un tribunal especial que aplicase la legislación laboral, pero también, y más importante aún, de la necesidad del capital por tener un contrapeso a las instancias de protección para la fuerza de trabajo que se estipulan en la legislación. Así, la LFT vigente, publicada en el Diario Oficial de la Federación el 1 de abril de 1970, incluye dos mecanismos mediante los cuáles se debe hacer cumplir con la ley a los empresarios: la Procuraduría de la Defensa del Trabajo que según el artículo 530 de la LFT tiene como principales atribuciones:

I.                    Representar o asesorar a los trabajadores y a sus sindicatos, siempre que lo soliciten, ante cualquier autoridad, en las cuestiones que se relacionen con la aplicación de las normas de trabajo;

II.                  Interponer los recursos ordinarios y extraordinarios procedentes para la defensa del trabajador o sindicato; y

III.               Proponer a las partes interesadas soluciones amistosas para la solución de sus conflictos y hacer constar los resultados en actas autorizadas.

El segundo mecanismo es la Inspección del Trabajo que en el artículo 540 de la misma LFT le establece como funciones:

I.                    Vigilar el cumplimiento de las normas de trabajo;

II.                  Facilitar información técnica y asesorar a los trabajadores y a los patrones sobre la manera más efectiva de cumplir las normas de trabajo;

III.               Poner en conocimiento de la autoridad las deficiencias y violaciones a las normas de trabajo que observe en las empresas y establecimientos;

IV.                Realizar los estudios y acopiar los datos que le soliciten las autoridades y que juzgue convenientes para procurar la armonía de las relaciones entre los traba y las patrones; y

V.                  Las demás que le confieran las leyes.

Si desde estas disposiciones resalta la amistosa armonía entre clases, debe reconocerse que todavía tienden a proteger a los trabajadores de las desigualdades en las relaciones obrero-patronales. No obstante, instancias como las Juntas Federales y Locales de Conciliación, la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje y las Juntas Locales de Conciliación y Arbitraje anulan en los hechos la aplicación de las normas citadas. En concordancia con la fracción XX del apartado A del 123 constitucional, los artículos 593 y 605 de la LFT establecen que las Juntas se integran por un número igual de representantes de trabajadores y patrones (que implica una paridad entre desiguales en la toma de decisiones) y un representante del gobierno. Al agregar las condiciones objetivas (charrismo, corrupción, predominio ideológico de la clase hegemónica entre los funcionarios) que circundan las relaciones entre capital y fuerza de trabajo, encontramos que en lugar de servir como instrumento de aplicación de la ley para contrarrestar las disparidades sociales, las Juntas de Conciliación y Arbitraje sirven para contener el descontento obrero ante la conculcación de sus derechos. Esto, también, en aras de proteger el derecho de las inversiones de los capitalistas.

Otra vez se agotó el espacio. Antes de cerrar la entrega hay que solidarizarse con las clases subsumidas del mundo en sus importantes reyertas: desde El Salvador hasta Francia ¡Allons enfants de la Patrie! Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!

lunes, marzo 16, 2009

Reyertas 29: Elementos para comprender la reforma laboral neoliberal

En las semanas anteriores he abordando el tema de las repercusiones que tiene la actual crisis, ahora devenida en depresión de la economía mundial, sobre los trabajadores en México. El tema no es menor, es una costumbre recurrente de los capitalistas hacer que sean las clases subsumidas, comenzando por el proletariado (entendido ampliamente), las que paguen los costos de la crisis. Además, los momentos negativos del ciclo económico representan para el sector hegemónico de la clase dominante, momentos de oportunidad que les permiten reconstruir la parte político-jurídica del modelo de acumulación de forma tal que, queden desarticuladas las conquistas sociales que limitan la voracidad de la libre acumulación de capital. En otras palabras, intentan aprovechar el desconcierto generalizado para ocasionar cambios que les favorezcan en la correlación de fuerzas de la lucha de clases. No es casualidad que durante los momentos en que la crisis en México comienza a convertirse en depresión que el secretario del trabajo, Javier Lozano Alarcón, sea insistente en la realización de reformas a la Ley Federal del Trabajo (LFT), incluso presentó, durante los foros sobre la situación económica del Senado en febrero, un documento en el cuál se recopilaron algunas propuestas para modificar la legislación laboral vigente con base en los deseos de los patrones.

El escenario exige la priorización del tema. Hace falta hacer una crítica profunda contra los postulados del gobierno de Felipillo I el espurio en materia laboral. Con ese fin, hasta ahora, se he referido el contexto en el cuál se desarrollan los trabajadores en México. Se presentó en entregas anteriores una panorámica sobre las condiciones para el trabajo, vinculándola con conformación de la estructura económica del país. Lo anterior nos brinda una base sólida para profundizar en las exigencias empresariales contra la clase trabajadora. Aunque antes de entrar en materia de forma extensa, es preciso señalar aún tres elementos adicionales a tener en cuenta para explicar el sentido de las añoradas reformas calderónicas.

Por un lado, es preciso desmentir la socorrida justificación del gobierno federal que le endosa todas las culpas de la crisis al exterior. Pues la interrelación que nos brinda el libre comercio internacional hace imposible que las naciones escapen tanto de las enormes bondades de la globalización como de sus pasajeros problemas inherentes. Es cierto que cuando se ingresa en la división internacional del trabajo, las cadenas productivas quedan supeditadas a que en todo el mundo se desarrollen eficientemente las fases productivas: cualquier posible contratiempo espontáneo conllevaría efectos adversos para todos los participantes en esa división internacional del trabajo. Suena insensato que los capitalistas hayan adoptado ese esquema de producción como base del modelo de acumulación neoliberal. Y lo es: ¡vaya que lo es! Pero el razonamiento empírico del que parten nada tiene que ver con la sensatez, sino con la racionalidad de la acumulación de capital. Los capitalistas suponen que la libre circulación de capital, en todas sus formas salvo el capital variable (fuerza de trabajo), coloca la presión suficiente sobre los Estados y sobre las clases subsumidas para que mantengan una relativa estabilidad social. Así, cuando las condiciones no son adecuadas, a juicio del capitalista, para producir en una determinada región o para adquirir los insumos para la producción de una nación tal, simple y sencillamente mudan sus empresas o adquieren sus insumos en cualquier nación competidora. No obstante, ese juego macabro no es ni tan unilateral ni mecánico como los teórico-dependentistas o los sistema-mundo analistas lo presentan; implica mayores complejidades que pasan por la aceptación misma de las naciones involucradas hacen para entrar en dicho juego. La decisión nacional de ingresar en la división internacional del trabajo está determinada por la correlación de fuerzas interna de cada país. En aquéllos donde la clase dominante ejerce un control más férreo de la sociedad, habrá mejores condiciones para que los imperialismos se apropien de la producción que en aquéllos donde la correlación de fuerzas está más equilibrada entre las clases sociales. En síntesis, es una cuestión interna, no de una sobrenatural fuerza externa. En México es evidente que las condiciones permiten que la burguesía endémica imponga sus orientaciones sin encontrar objeciones suficientes. Lo anterior se magnifica dada la patética mentalidad de los capitalistas mexicanos que prefieren mantener el status basando en las rentas obtenidas de sus alianzas con los capitalistas extranjeros. De ese modo han creado una estructura industrial, aniquilando la anterior, semi-capitalista (ver Reyertas 25) que desboca la escasa industria desarrollada hacia el mercado exterior, principalmente estadounidense, abandonando la generación de mercancías que satisfagan las necesidades del mercado interno. Para ejemplificar lo anterior véase que nada más la industria maquiladora realiza el 45% de las exportaciones del país, lo cual equivale al 12% del PIB, según datos del INEGI. Como se ha argumentado en anteriores entregas, al concentrar la capacidad productiva en un puñado de actividades económicas enfocadas a captar dinero del exterior, en lugar de producir lo suficiente para satisfacer las necesidades internas, conduce a importar más de lo que se vende, dilapidando así el dinero que ingreso por las exportaciones. La economía mexicana, entonces, queda expuesta por completo a las variaciones que el libre mercado mundial le dicte. Tal situación no solamente era evitable desarrollando antes que nada las fuerzas productivas del mercado interno, sino que es una circunstancia completamente reversible, claro que para ello habría que modificar profundamente las estructuras políticas. La tormenta solamente podría superarse realmente desechando el barco de gran calado por uno que sí flote.

El segundo elemento que hay que tener presente es la condición efímera de las crisis en comparación con los períodos de depresión en el ciclo económico. Las crisis no son más que el punto en el cuál se generaliza en varias ramas de la producción un descenso extraordinario de la tasa de ganancia. En cambio, durante la depresión se suceden una serie de acontecimientos que depuran las condiciones desfavorables para la acumulación de capital: aumento de la quiebra de empresas, derrumbe de los precios, incremento del desempleo, restricción de los mercados financieros, descubrimiento de grandes fraudes. Considerando esto podemos señalar que mientras las crisis suelen durar unas cuántas semanas, quizá meses, las depresiones se miden en meses y hasta en años. Además, las crisis y depresiones difícilmente se presentan de forma simultánea en todo el mundo, sincronizada sí, pero no simultánea. Esto se debe precisamente al elemento arriba señalado: la división internacional del trabajo. Las naciones que suministran materias primas y otros insumos para la producción, suelen tener un impacto retardado de las crisis en las originadas en las potencias hegemónicas, pues solamente cuando éstas comienzan la fase de depresión es cuando detienen sus importaciones de suministros para la producción.

En el caso de la depresión mundial actual, tenemos que la crisis iniciada en el sistema financiero estadounidense se convirtió en franca depresión hacia finales de agosto de 2008 y en México apenas se inició hacia mediados de octubre. Dados los indicios disponibles hasta ahora, da la impresión que antes que mejorar la depresión va para largo, pues sigue sin haber una política económica en Estados Unidos que logre reanimar su producción interna, y por los elementos que se perfilan, aún si allá se consigue adoptar las medidas adecuadas es muy posible que estén basadas en el consumo interno y no en la adquisición en el mercado mundial de los insumos necesarios para la producción. Por tanto, y en vista que las medidas de Felipillo I el breve no atienden ni los puntos esenciales ni en las proporciones adecuadas, es factible que la economía mexicana tarde todavía más tiempo en salir del periodo depresivo. Ello extenderá los consecuentes costos de la inactividad económica hacia los trabajadores, dado que los capitalistas no tienen ya el incentivo para seguir invirtiendo, por el contrario, las condiciones los motivan a convertir su capital en simple acervo de dinero: se seguirá incrementando el capital ocioso.

El tercer elemento que es preciso mantener en la memoria es el contenido ideológico en que se fundamenta la legislación laboral en México. Si bien como señaló el historiador James D. Cockcroft en su libro Precursores intelectuales de la Revolución Mexicana (México, Siglo XXI, 2002) la inclusión del artículo 123 en la Constitución de 1917 representó un triunfo de los trabajadores que influyeron en los movimientos antecedentes de la Revolución de 1910 y que participaron políticamente durante ésta con el programa del Partido Liberal Mexicano como referente. Este artículo constitucional no ha estado exento de sufrir en la práctica modificaciones que contravienen a su sentido original. No se trata nada más de las reformas que incluyeron al apartado B o las que añadieron en la fracción XX del apartado A las Juntas de Conciliación. La propia teoría del derecho laboral que se creó a partir de los años ’30 del siglo XX, en pleno cardenismo, ha contribuido a neutralizar el sentido progresista contenido en el programa magonista. Por cuestiones de espacio habrá que posponer la profundización en este aspecto para la próxima entrega. Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!

jueves, marzo 12, 2009

Problemas fundamentales del universo. Análisis filosófico del conocimiento, dios, el alma, el universo, la nada y la libertad, 15:

La Nada

Dialéctica de la fealdad, la falsedad y la maldad

(Segunda de tres partes)

Por: Sagandhimeo

2. La falsedad

Falso es aquel juicio que no es verdadero, por lo que su definición depende en gran medida de lo que se entienda por verdad. Existen básicamente tres formas de definir la verdad. La aristotélica como adecuación a la realidad, la científica como la aproximación a la realidad y la fenomenológica como aquello que muestra la realidad.

Aristóteles definió la verdad de ese modo, pues es la noción más intuitiva de la verdad, ya que comúnmente se entiende por verdadero todo lo real y viceversa. En la ciencia se considera que nuestros instrumentos y métodos son imperfectos, por lo que nuestros juicios sólo podrán ser probablemente verdaderos, pero nunca con exactitud (Bunge). Y en la fenomenología se considera que la verdad no puede decirse, pues se la estaría reduciendo al lenguaje conceptual, por lo que sólo puede mostrarse, ya sea en la vida cotidiana o en las acciones, entre otras.

Consecuentemente, para Aristóteles la falsedad sería todo juicio que no se adecue a la realidad, lo cual es sumamente difícil de determinar, pues para evaluar un juicio habría que conocer de antemano la realidad, pero ésta es evaluada mediante los mismos juicios. La fenomenología trata de resolver tal paradoja suprimiendo los juicios, pero si la verdad no puede decirse sino sólo mostrarse, no existe un criterio para separarla de la falsedad, por lo que todo podría ser tanto verdadero como falso. Por último, para la ciencia todo juicio posee cierto grado de falsedad y cierto grado de verdad, pues nuestro pensamiento no es idéntico a la realidad, pero tampoco es meramente arbitrario. Es decir, en la medida en que interactuamos con el ambiente y logramos controlarlo, alcanzamos un grado de certeza mayor, aunque nunca logremos la verdad absoluta, pues la realidad no es siempre la misma, sino que está en continuo movimiento.

Por otra parte, la falsedad no depende solamente de nuestros juicios e instrumentos, sino que también depende de condiciones sociales. Es decir, nuestros intereses políticos y económicos determinan en gran medida lo que consideremos como falso o verdadero. Esto es lo que comúnmente se entiende por ideología, la cual consiste en una serie de principios que adoptamos en razón del papel que jugamos en la sociedad. Consecuentemente, la verdad absoluta no solamente es inalcanzable porque nuestros instrumentos son limitados, también es imposible porque en todo momento estamos obligados a tomar partido ante  cualquier situación.

En ese sentido, existen diversos tipos de intereses, los cuales siempre son particulares y en cierto grado comunes a todos. Por ejemplo, todos deseamos una buena alimentación, pero la diferencia radica en qué tanto la deseamos para uno mismo o para los demás y esto se determina a su vez por la posición económica que ocupemos, pues una persona de altos recursos tenderá a juzgar como falsos aquéllos juicios que reprueben su status. Por la misma línea, una persona de bajos recursos tendría que juzgar como falsos los juicios que afirmen que debe ser pobre por que así deben ser las cosas, pero esto no sucede así, pues la clase dominante se encarga de hacer creer a los oprimidos que no pueden mejorar las cosas o incluso que deben buscar su bienestar en el más allá.

En otras palabras, así como para la ciencia un juicio objetivo es un juicio universal que se aproxima a la realidad; para superar la ideología se requiere que los juicios de valor puedan universalizarse (Sánchez Vázquez), es decir, que la sociedad alcance un grado de conciencia en donde haga de los intereses sociales sus propios intereses, tales como la democracia, la justicia, la educación, la alimentación, la salud y la vivienda para todos, entre otras. Y esta universalización sólo puede efectuarse en aquélla clase que no se vea atada a sus bienes materiales, es decir, al proletariado (entendido como el conjunto de todos aquellos que no poseen medios de producción, tales como obreros, gran parte de los campesinos, empleados en general y pequeños comerciantes) o bien, en aquellos estudiosos que decidan unirse a los intereses del proletariado (Gramsci).

Negar o suprimir el factor ideológico, repercute en la creencia de que el juicio propio es el único verdadero e infalible, cosa que le ocurre hasta al más errado de los humanos, pues el peor de los asesinos tratará de justificar su comportamiento. Y también ocurre hasta en la mejor de las filosofías. En la actualidad existen dos grandes corrientes filosóficas, la analítica (donde a mi parecer el más importante es Bunge) y la neorromántica (término inventado por Bunge). La analítica se inclina por la lógica, la ciencia y la objetividad, y la neorromántica se inclina por las artes, el misticismo y la subjetividad. Bajo tales criterios es fácil ubicar a cualquier filósofo dentro de una u otra, aun cuando no sea un esquema rígido o absoluto.

La cerrazón de ambas posturas ha generado que la filosofía actual esté partida en dos, donde los analíticos tachan a los neorrománticos de decir cosas sin sentido lógico o de abordar falsos problemas. A su vez los neorrománticos acusan a los analíticos de no abordar problemas fundamentales como el sentido de la vida o de fragmentar la realidad. Sin embargo, si tales posturas visualizaran el valor de la falsedad, entenderían que tanto unos como otros reclaman aspectos valiosos, pues es importante para la filosofía una rigurosidad lógica y plantear claramente los problemas, pero también es crucial abordar problemas trascendentes y concebir la realidad como una totalidad.

En tal sentido, el que la verdad (que es una construcción humana) se aproxime a la realidad (que es la suma de lo existente), depende tanto de factores objetivos como subjetivos. Los factores subjetivos son los que nos posicionan como sujetos, los cuales hemos visto que son nuestro posicionamiento y la imperfección de nuestros instrumentos y lenguajes. Los factores objetivos dependen del grado de universalidad de nuestros métodos y juicios, es decir que lo objetivo no es otra cosa que lo universal subjetivo (Gramsci).

En otras palabras, en la medida en que perfeccionemos nuestra metodología científica y filosófica, lograremos un grado de verdad mayor. Pero no lograremos la verdad absoluta, pues nunca sabremos todo sobre el universo y ni siquiera sabremos absolutamente todo sobre un solo aspecto, como sostenía Lenin, pues nuestro lenguaje, al ser una abstracción, no puede alcanzar la complejidad de la realidad concreta, y cada fenómeno está estrechamente unido a los demás, por lo que no se puede conocer un fenómeno completamente sin conocer todos los demás, lo cual es imposible.

Por todo ello, la falsedad constituye un elemento sumamente importante de considerar para alcanzar la verdad, pues admitir que nuestros instrumentos son imperfectos y que nuestro posicionamiento nos parcializa: optimiza nuestro grado de verdad. En ese sentido, acercarnos a posturas que consideramos falsas facilita mejorar la propia.

3. La Maldad

Por mal se entiende todo aquello que cause un daño o perjuicio, el cual no puede ser absoluto, pues si existiera una entidad totalmente mala, no podría hacer otra cosa que provocar el mal tanto fuera como dentro de sí, lo que la autodestruiría. Ahora bien, podemos entender al mal como el concepto que engloba todo aquello que cause un perjuicio o daño.

Su origen biológico podemos encontrarlo en la lucha por la supervivencia, donde los primeros seres racionales juzgaron como “malo” aquello que impidiera su subsistencia o desarrollo. En tal sentido, la maldad como tal no existe mas que como un mero juicio, pues siempre encontraremos una explicación precisa para dar cuenta de cualquier fenómeno sin necesidad de determinar la realidad como buena o como mala. Por ejemplo, se dice que un niño es malo cuando mata a un animal, pero nunca lo hará meramente por dañarlo, el muchacho poseerá una infinidad de intenciones determinadas, puede tener curiosidad por la estructura interna del animal, puede tratar de desquitarse por un evento anterior o simplemente puede hallarlo divertido.

Socialmente hablando, el mal tampoco encuentra cabida, pues los grupos humanos siempre se mueven mediante intereses determinados, ya sea por afán de poder, de enriquecimiento o de subsistencia. Incluso, quienes aparentemente practican el mal por sí mismo, realmente sufren de desequilibrios mentales, tales como los psicópatas.

Del mismo modo, los individuos y los grupos humanos actúan en razón de intereses en mayor o menor grado colectivos, pues ninguna acción es totalmente perjudicial o benéfica, egoísta o altruista, sino una mezcla de ambas. Sin embargo, ninguna acción ética se encuentra al margen de intereses políticos, es decir, todo acto se efectúa en función del papel que desempeñe el individuo dentro de una sociedad. Por ejemplo, la compasión sólo puede darse cuando un individuo se identifica como socialmente superior a otro, pues de otro modo no sentiría lástima. Cosa contraria sucede con la empatía, donde el objetivo es ponerse en el lugar del otro de igual a igual.

Por otro lado, la caridad en sentido vulgar significa lo mismo que compasión, pero en sentido teológico representa el amar al prójimo como a uno mismo, esto implica varios elementos, primeramente no se puede dar por hecho que toda persona se ama a sí misma, pues a menudo atentamos contra nosotros mismos, cuando descuidamos nuestra salud o cuando no buscamos un desarrollo cultural. Por lo que amar al prójimo como a uno mismo puede significar amarlo tan poco como nuestro amor propio. Ahora bien, suponiendo que el amor a uno mismo es óptimo, amar al prójimo no siempre trae beneficios, pues puede traernos una reacción opuesta, en la que la persona desconfíe de nuestra acción y nos agreda o nos rechace. Sin embargo, suponiendo que poseemos amor propio y que la gente tiende a aceptar nuestras buenas acciones, éstas no lograrán un beneficio social, pues no implica que los demás nos imiten o que la gente que tiende a causar daño dejará de hacerlo por el beneficio que les proporcionamos. Por último, en el caso de que nos amemos óptimamente, que se acepten nuestras acciones y que la gente tienda a imitarnos y correspondernos, esto no podrá eliminar los conflictos sociales, pues los grupos humanos no se guían meramente por amor u odio, o porque busquen el bien o el mal, sino por intereses económicos, políticos y culturales, donde por más amor que  se les muestre, tenderán a mantener su dominio u opresión sobre otros grupos.

En ese sentido,  personajes profundamente religiosos o altruistas como Gandhi, no lograron cierta emancipación social por un mero amor al prójimo o una mera lucha contra el mal, sino que sus logros obedecen a condiciones históricas determinadas, en el caso de Gandhi la independencia de la India hubiera ocurrido aun sin sus acciones en razón de que al capitalismo inglés del que se emancipó la India, le beneficiaba más un imperialismo que un colonialismo, es decir, un dominio comercial más que político. Esto es evidente en la actualidad, donde las potencias mundiales ya no tienden a someter a los países pobres quitándoles el poder estatal, sino sujetándolos económicamente. Esto no significa que los grandes personajes históricos sean innecesarios, sino que todo fenómeno social obedece a condiciones históricas determinadas, por lo que si un personaje histórico no hubiera existido, se habría generado uno similar (Marx).

Por otra parte, las nociones de bien y mal están relacionadas con el deber ser, es decir, se dice que algo está bien porque así debe ser y viceversa. El problema consiste en que no hay un criterio objetivo para determinar el deber ser, ya que es relativo al juicio que se efectúe sobre las acciones. Por ejemplo, si sostenemos que las personas deben tener hijos, tendríamos razón en el sentido de perpetuar la especie, pero no en el sentido de aminorar la sobrepoblación. Además, el deber ser no permite analizar la realidad, pues predetermina los valores hasta petrificarlos, por ejemplo, si se habla del aborto, se pudiera decir que es reprobable porque la vida debe ser preservada, lo que no permite analizar qué se entiende por vida humana y qué beneficios traerá para la madre y la criatura. Es decir, hablar en términos de deber ser establece parámetros reduccionistas, donde se merman los aspectos benéficos y perjudiciales de las acciones, por lo que es preferible hablar en términos de intereses, pues incluso el deber ser suele utilizarse para manipular a la población en razón de intereses políticos de dominación.

En el caso de la violencia, si la analizamos en sentido abstracto resulta totalmente reprobable, pues implica el daño físico o emocional hacia un ser vivo. Pero dentro de ciertos contextos puede ser conveniente. El caso más obvio consiste en la defensa, pues es preferible agredir a un atacante que dejarse dañar por este. Pero también existe una violencia mucho más constante y reprobable que suele pasar desapercibida: la violencia capitalista. Esta es una violencia callada (Sánchez Vázquez), pues sólo en casos extremos se reprime con violencia física a los inconformes, por lo regular dicha violencia consiste en jornadas laborales de más de 8 horas, de más de 6 días a la semana, en sueldos miserables, desalojo de hogares, discriminación sexual o racial, despidos injustificados y un sinnúmero de casos en los que el pueblo se ve severamente perjudicado. En pocas palabras, la opresión y explotación del pueblo por parte de la burguesía es la mayor de las violencias (calladas o explícitas), por lo que si el pueblo llega a tomar el poder mediante la violencia explícita estará haciendo justicia, es decir, una violencia justificada.

Por todo esto, una óptima visión del mundo requiere superar, en la medida de lo posible, las nociones de bien y mal, pues incluso se impide la comunicación entre grupos sociales en conflicto. Por ejemplo, las izquierdas y las derechas tienden a atacarse con exceso de adjetivos, donde cada cual concibe al otro como el malo y esto les dificulta alcanzar cierta objetividad, donde podrían comprender los aspectos positivos de la postura contraria. En ese sentido, hablar en términos de deber ser o de bien y mal dificulta explicar las acciones, las cuales no se efectúan por meras voluntades, ya que siempre ocupamos una posición en la estructura social y esto provoca que nos movamos mediante intereses. Por lo que no habremos de buscar el bien, sino la justicia, donde la bondad no se practique olvidando las desigualdades socioeconómicas, sino tratando de superarlas, ya que “la aceptación irreflexiva del mundo de arriba y del mundo de abajo (entiéndase ricos y pobres) promueve el desprecio hacia el estudiar y comprender el arriba, ya que toda la clase política y la empresarial son (comprendidos como) un todo homogéneo caracterizado por la maldad” (MOR) y viceversa.

En otras palabras, acercarnos a lo que concebimos como “malo” contribuye a que nuestra visión se enriquezca, de modo que alcancemos una mayor objetividad en nuestros juicios ético-políticos y un plan de acción social que no se limite a meros actos de bondad, sino que combata las injusticias (para mayor profundidad véase mi obra LA PRAXIS).

lunes, marzo 09, 2009

Reyertas 28: Efectos de la crisis contra los trabajadores, II

En la entrega anterior (Reyertas 27) explicamos el mecanismo mediante el cuál los capitalistas mantienen un funcionamiento favorable para ellos de la organización económica: el subconsumo. Cabe agregar, antes de explicar cómo se carga éste a los trabajadores, que la tendencia al subconsumo genera crisis económicas a la postre, pues un consumo inferior a la producción ocasiona que las mercancías no realizadas se vayan almacenando convirtiéndose en capital ocioso. Es decir, se crea una sobreproducción, un capital superfluo. Es importante dejar en claro que si bien una crisis de subconsumo, como la actual, siempre es una crisis de sobreproducción, tiene particularidades la precisan. Por principio de cuentas, no se trata de que los capitalistas estén impulsando que la producción de mercancías vaya más allá de los límites dados por la cantidad de artículos que la sociedad requiere para satisfacer sus necesidades, sino que al restringir el ingreso que percibe una parte importante de la población, ésta tiene menos dinero disponible para consumir. No es que las familias necesiten ahora menos artículos para subsistir, adquieren menos productos de subsistencia porque el salario no les alcanza. Pero el mecanismo mediante el cual los capitalistas ocasionan la tendencia al subconsumo, tal cual lo adelantábamos en el cierre de la entrega anterior, es el mismo mediante el cuál generan la valorización del capital: la explotación de la fuerza de trabajo.

Aquí es importante no confundir, como se hace en el lenguaje cotidiano, el concepto de explotación con el de opresión. El primero nada tiene que ver directamente con la satisfacción o insatisfacción que le sienta el trabajador al desempeñar su labor, salvo que en ocasiones le hace sentir que su trabajo no tiene justa recompensa. Se puede estar contento con las tareas que se tienen asignadas y no por ello se deja de ser explotado. Por el contrario, la opresión laboral es justamente el principal factor de insatisfacción en el trabajo, porque ésa sí tiene como objetivo el ejercer coerción sobre el trabajador para que realice sus tareas cumpliendo las metas fijadas por el patrón. Claro que ambas suelen ir estrechamente vinculadas, pero para efectos del análisis es indispensable tener claros los límites entre una y otra. La explotación en términos simples es el producto del trabajo que el capitalista se apropia: la diferencia entre el salario que se paga a los trabajadores y el plusvalor. En esos términos, partiendo de que en las cadenas productivas de la economía mexicana se utilizan como insumos productos creados en procesos anteriores (lo cuál descuenta a las materias primas como capital constante, salvo aquellas que son de origen externo) y que tanto el capital fijo como la inversión extranjera están dados por las dependencias oficiales. Obtenemos así que en 2008 el valor agregado en la producción total ascendió a 11 billones 714 mil 028.6 millones de pesos. En contraste, tomando en consideración que el valor de la fuerza de trabajo por jornada laboral durante 2008 fue de $164.17 y que hubo un promedio de 43.6 millones de empleados, esto significa que al año el valor total de la fuerza de trabajo fue 2.6 billones de pesos. Al dividir el valor del producto total entre el valor de la fuerza de trabajo (capital variable) obtenemos una tasa de explotación, en el caso mexicano, al menos en una primera estimación, del 448%. Expresado en términos más ilustrativos: según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) la jornada laboral en nuestro país promedia de 7 horas con 15 minutos. De éstas el salario del trabajador queda pagado con el producto de 1 hora 37 minutos; el resto, o sea 5 horas con 38 minutos, es tiempo de trabajo que el capitalista se apropia. Esta primera aproximación a la tasa de explotación es un cálculo grueso; los datos disponibles no permiten hacerlo con mayor precisión. Para poder calcular la tasa de explotación exacta sería necesario agregar al valor de la fuerza de trabajo el monto que los trabajadores perciben como prestaciones laborales, por un lado. Por el otro, habría que descontar del total de empleados la porción que representa a los empleadores y al trabajo improductivo (aquél que aunque sea útil no produce valor y que se concentra principalmente en las actividades de servicios doméstico, los personales, las actividades derivadas del comercio y ejercicio de gobierno). Aunque ambas tendencias tensan la tasa de explotación en direcciones diametralmente opuestas, es altamente probable que esta tasa sea todavía mayor al 448% que presentamos aquí, debido a que como señalamos en Reyertas 26 la estructura de seguridad social viene siendo desarticulada y ello redunda en el detrimento del valor de la fuerza de trabajo. Para efectos prácticos, no obstante, tomemos esta tasa de explotación del 448% en 2008 como válida, pese a que es altamente probable que sea mayor, al compararla con la tasa de explotación de 2005, obtenida con el mismo método y con las mismas salvedades, encontramos que en el lapso de tres años la explotación hacia los trabajadores mexicanos se incrementó en 21 puntos porcentuales. Esto es, en 2005 el trabajo que el capitalista se apropió equivalió al 427%. Tal incremento no significa otra cosa que mientras más valor se produce en México, los trabajadores menos capacidad tienen para adquirir la porción que satisfaga plenamente sus necesidades.

Si bien, la causa del subconsumo lesiona los intereses de los trabajadores; ¿las consecuencias de éste afectan principalmente a…? Si usted, amable lector contestó que a los mismos trabajadores está en lo cierto. Veamos algunos elementos derivados del fenómeno que se viene explicando. La tendencia al subconsumo de los trabajadores, suele ser resuelta por los capitalistas mediante varios mecanismos de compensación, ninguno de ellos para satisfacer las necesidades de los trabajadores. Entre ellas destacan: las exportaciones y el incremento del gasto del Estado (consumo improductivo). En cuanto al segundo es notable que en estos años de neoliberalismo aquél se ha concentrado en los sueldos exorbitantes que devengan los funcionarios públicos de niveles superiores. Tal cuestión genera una serie de desigualdades sociales que están a la vista de todos los mexicanos; éstas van desde los bajos salarios de los trabajadores al servicio del Estado (pregúntele a su profesor, médico, enfermera o policía más cercano: ¿cuánto le paga el gobierno?) hasta la reproducción de una corrupción que se desliza desde arriba: las autoridades son las primeras en fomentar la impunidad al solapar la violación de las leyes que hacen los grandes capitalistas.

Por el lado de las exportaciones, la burguesía rentista mexicana vende al exterior lo que se produce en el país con la finalidad de obtener mejores ganancias. En ese sentido han reconvertido la estructura productiva del país hacia las manufacturas de exportación, minando la articulación del mercado interno (ver Reyertas 25), así se posibilita un elemento que agudiza el subconsumo de los trabajadores: la especulación. Mientras entre los capitalistas circula rápidamente una gran cantidad de dinero, que nunca llega a los trabajadores, obtenido por las ventas al exterior; al mismo tiempo esa ganancia se pone en circulación sacándola del país mediante inversiones especulativas, o sobre la producción interna o sobre materias primas. El resultado es que la cantidad de dinero circulante se multiplica provocando que los precios se eleven rápidamente. Así, si la explotación ya deteriora la capacidad de compra de los trabajadores, la inflación derivada de la especulación refuerza el subconsumo.

Dado lo anterior, el escenario no pinta muy bien para los trabajadores, pues cuando el subconsumo se convierte en crisis sobrevienen las consecuentes depresiones económicas lo que conlleva la disminución del empleo, aumenta la concentración de los medios de producción (grado de monopolio) y con ello se acentúa el subconsumo de los trabajadores. En otras palabras: los trabajadores pagarán una vez más los costos de la codicia de los capitalistas por acumular una mayor masa de ganancia.

Sin embargo, eso no termina aquí. Justamente en el contexto de una situación como la descrita arriba, al secretario de Trabajo y Previsión Social se le ocurre presentar el pliego petitorio de los empresarios para reformar la Ley Federal del Trabajo y dejar en condiciones de mayor indefensión a los trabajadores mexicanos. Pero debido a que he llegado al límite del espacio disponible, eso será tema a tratar en futuras entregas. Pero antes de terminar, es preciso manifestar cierta indignación, por un lado, y toda mi solidaridad, por el otro. La una contra la banalización que se está haciendo entorno al día internacional de la mujer: ya se olvidó que no es un día de fiesta sino para reivindicar los derechos de las trabajadoras. Entre las “felicitaciones por ser mujer” que algunos extraviados reparten a diestra y siniestra y la mañosa publicidad de las tiendas que pretenden convertir en otro día para el consumismo. Vale la pena releer la fundamentación que la camarada Alejandra Kollontai hizo sobre este día de lucha revolucionaria, El Día de la Mujer. ¡Solidaridad con las trabajadoras de todos los países! Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!

lunes, marzo 02, 2009

Reyertas 27: Efectos de la crisis contra los trabajadores, I

En las tres ediciones anteriores se ha abordado el problema de la crisis económica mundial desde la perspectiva de los efectos que ésta tiene para los trabajadores mexicanos. Ello ha sido debido a que desde nuestros criterios el tema más apremiante, no solamente por la crítica destructiva hacia la política económica librecambista (neoliberalismo) sino porque se concibe que para construir una alternativa objetivamente viable al capitalismo es indispensable antes que nada saber lo que está sustentando tal política económica. Es decir, en efecto se trata de destruir teóricamente al capitalismo, pero no para dejar el hueco caótico de la nada en su lugar: se trata de delinear las líneas programáticas generales que nos permitirían construir una estructura económico-social completamente distinta y que no incurra en los errores del capitalismo. Parafraseando al joven Marx, se trata de partir de un pensamiento apegado a la realidad para construir el pensamiento al cuál podamos llevar a la realidad. Por supuesto que ni la crítica del capitalismo actual en México ni la construcción de la estructura superadora se pueden agotar en estos breves posts, pero al menos nos es posible delinear algunos elementos centrales sobre los cuales es necesario profundizar e interrelacionarlos con los fenómenos sociales que se ven alterados por el desarrollo ulterior de la economía.

Lamentablemente esta concentración de nuestros artículos en ese tema nos ha llevado a que se postergue la reflexión sobre otros procesos sociales importantes que están aconteciendo en la lucha de clases internacional. Solamente por mencionar dos: las implicaciones que tienen las recientes modificaciones a la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y la situación del proceso electoral que se vive actualmente en El Salvador, entre otros. No obstante, por el momento, al menos en la presente entrega y la siguiente se seguirá tomando como prioridad este asunto de la crisis y los trabajadores en México, no se pierda de vista que el gobierno panista está muy activo promoviendo su famosa reforma laboral, la cuál en breve abordaremos.

En Reyertas 24 se expuso el efecto que tiene la política neoliberal sobre la situación de la incorporación de fuerza de trabajo al proceso productivo y el valor de aquélla. En el 25 se abordó las limitantes de la articulación del mercado interno. En el 26 se hizo una descripción de la tendencia que están tomando las condiciones laborales a partir del estallido de la crisis económica. Valga el tener presente el recuento anterior como referente para desarrollar el tema de la explotación laboral en México.

La idea que nos queda sobre el capitalismo es que éste promueve el consumo excesivo de productos, sobre todo cuando el referente ideológico es el American way of life. Para muchos de nosotros es claro que si no tenemos determinado nivel de consumo, si no andamos a la moda, si no estamos al día en el uso de las novedades tecnológicas que están disponibles en el mercado; somos bichos raros que no merecen estar dentro de la sociedad. En efecto, así es, el consumismo es una idea que se ha ido incrustando entre los mexicanos por cada uno de los rincones de nuestro cuerpo y de nuestra mente. A tal grado que los efectos de tal patrón de comportamiento saltan a la vista de todo el mundo: acelerado deterioro del medio ambiente y desmoralización de la sociedad. Lo contradictorio de tal situación es que cuando el crecimiento de la tasa de fuerza de trabajo incorporada a la producción es menor que la de crecimiento de la población en disponibilidad para trabajar (ver Reyertas 24), se expande el ejército industrial de reserva. Cuando al hecho anterior se le añade que entre 2005 y 2008 la tasa promedio en que creció el valor de la fuerza de trabajo, 2.6% (ver Reyertas 24) está por debajo de la tasa promedio en que se expandió la producción en el mismo periodo, 3.2% (según datos del INEGI). En otras palabras, lo anterior significa que el capitalismo ha fomentando una tendencia a lo que Paul M. Sweezy denominó: subconsumo. Por principio de cuentas es preciso recordar que no hay subconsumo sin sobreproducción, de lo cuál se corrobora que el acontecimiento de crisis como la actual no es algo que se deba a un error humano: a un mero accidente prevenible. No, son el resultado de la propia estructura capitalista. Pero, ¿cómo es que el bajo crecimiento del empleo y el la ínfima valorización de la fuerza de trabajo generan subconsumo? En realidad el asunto es muy fácil de explicar. Por un lado, cuando la población crece más aceleradamente que el empleo, esto significa que el porcentaje de habitantes que percibe un ingreso, indispensable para adquirir los bienes a consumir, se reduce: hay menos posibles consumidores o cada vez más personas dependen del ingreso de una misma. Por el otro lado, la diferencia entre el crecimiento del ingreso y el de la producción son mercancías que no se pueden adquirir porque no hay cómo adquirirlas: se acumulan.

Ese subconsumo que en su momento tiene la función de abrir las condiciones para incrementar la plusvalía relativa, mejoramiento de la tecnología y organización del proceso productivo sin incrementar la jornada laboral, es el mismo que a la postre genera las condiciones que derivan en el inicio de una crisis. La sobreproducción ocasiona que la tasa de ganancia percibida por el capitalista se reduzca en forma constante, entre más sobreproducción se acumule, más descenderá la tasa de ganancia. En contraparte, el lento crecimiento del ingreso que origina la tendencia al subconsumo necesita ser contrarrestado por algún medio; ese medio suele ser el crédito. Pero el pedir dinero prestado para el consumo tiene dos inconvenientes: 1) entre más crezca la demanda de dinero más crecerán los tipos de interés que las instituciones financieras cobrarán por prestarlo y, 2) los créditos otorgados eventualmente tienen que ser reembolsados, no son un ingreso adicional. En el primer caso esa tendencia se opone a la seguida por la tasa de ganancia hacia la baja, de tal suerte que en cuanto las tasas de interés superan a la tasa de ganancia los capitalistas no encuentran incentivos para seguir arriesgando su capital invirtiéndolo en la producción, lo cuál significa crisis. En el segundo caso, todo marchará bien mientras el crecimiento del ingreso sea igual o mayor al crecimiento de los tipos de interés, pero dado que el subconsumo implica la ampliación de la brecha entre lo producido y la posibilidad real de consumir: el ingreso eventualmente será menor al interés, bien sea por que se reduce la magnitud de asalariados o bien porque el valor del trabajo se estanca o ambas.

Pero esa tendencia al subconsumo no es algo que devenga de la nada o que sea impulsado conscientemente por los capitalistas simplemente porque llevan la maldad en sus corazones. Nada de eso. La explicación del fenómeno al cuál nos referimos no se encuentra en los maniqueísmos, sino a hechos económicos reales y que son inherentes al capitalismo mientras exista: la explotación de la fuerza de trabajo. Sin embargo, por cuestiones de espacio, ya no me es posible desarrollar aquí la explicación de cómo la explotación de la fuerza de trabajo determina el subconsumo de los trabajadores. Habrá que posponerlo para la entrega de la próxima semana. Falta además hacer algunas anotaciones sobre las propuestas que el secretario del trabajo está promoviendo para reformar la Ley Federal del Trabajo (LFT), así como las repercusiones previsibles que tendrá para los trabajadores y algunas líneas sobre el proyecto alternativo que las clases subsumidas requieren en materia laboral. Ni la muerte ni la derrota son opciones: ¡NECESARIO ES VENCER!